¿Y la gente? Sí. La gente que llena los estadios hoy vacíos. La gente que habla, baila, llora, brinca, brinda, prende encendedores, grita, se para, se sienta, se arrodilla, agradece, reclama… y cuanto más.
La gente que da la vida en todos los eventos: Los artísticos, culturales, científicos y hoy, el de este momento de la vida en nuestro mundo, el que vemos y seguimos millones; el que se espera cada cuatro años, esta vez, cinco y el próximo vendrá en tres, ¡esperemos! ¡Las olimpiadas! Ese mundo de personas está ausente ahora y si, no hay otro remedio, la realidad así lo impone, pero no por eso deja de ser triste.
Las Olimpiadas, esas en las que el centro del escenario no lo ocupa la belleza, la intelectualidad ni los artistas, sino los deportistas; los mejores del mundo. Portentos de mujeres y hombres que llevan a cabo hazañas que sólo nos pueden hacer reír, sonreír, llorar y sentir orgullo.
Pues así la vida. La gente no fue. Los estadios, los gimnasios, las canchas y las calles se observan vacíos, sin vida. No hay pasión, gritos, porras, festejo ni desesperación. No hay nadie, nada más que camarógrafos, periodistas y personal autorizado. Personalidades que llevan en una bandeja las medallas que cada deportista se cuelga al cuello y las flores con la mascota olímpica que también recogen y observan, la mayoría con orgullo y aprecio. Yo las guardaría hasta mi último día.
Luego vienen las fotos en el podio. Permiso para quitarse un momento el cubre bocas, en todo lo demás, el uso de la ahora famosa mascarilla solo nos permite adivinar una sonrisa o escuchar un grito ahogado en el cubre bocas que literalmente tapa la boca.
Cientos de miles aislados en casa, otros tantos con la boca tapada, todos a la distancia; nada de abrazos, cercanía, relatos, pláticas. Todo es práctico, “a lo que van”, libres de afectos, ¡vaya!
¿Cuándo hubiéramos imaginado ver a los atletas saludando a su familia y amigos a través de una pantalla? A lo lejos, es un tanto frío e impersonal. Ni modo. Eso sí, no debemos dejar de preguntarnos: ¿Qué habrá ocasionado esta tragedia? Es que da la impresión que hasta ahora no queda claro.
Además, llegan noticias fuertes durante estos juegos: Simone Biles nos deja, su mente lo exige; parece que sus metas y objetivos ya no son los de su exigente público universal. Posición valiente y responsable de la joven atleta.
Otra noticia, esta grave y hasta indignante: Las “representantes” de México en softball decidieron tirar a la basura el uniforme del país al que representaban, el nuestro. ¡Qué vergüenza! Dicen que por sobrepeso, ¿alguien lo puede creer? No será desprecio por este país (qué dicen que es suyo) que efectivamente, hace cosas mal, pero hay otras tantas que son muy valiosas.
Y bueno, las olimpiadas tristes, escenarios sin gente , sin vida, pues; con festejos solitarios, con lágrimas y sonrisas en soledad de estas heroínas y héroes que dan su vida al deporte con dignidad, orgullo, valentía, amor y pasión.
Esta vez no les tocó sentir el abrazo ni tener la mirada orgullosa de sus cercanos; no escucharon vítores y porras pero ahí estuvieron, estoicos, incólumes, presentes y cumpliendo a pesar de todo, a pesar de este virus invisible que independientemente de su origen, ha movido nuestra existencia en este mundo.
Ojalá pronto ese virus desaparezca, no exista más, solo así volveremos a abrazarnos.
Gracias Tokio, te esperamos, Paris.